JARDINES, PAJAROS

Este encabezamiento está entresacado del propio contexto alusivo de M.ª Luz Escribano. Tras una extensa y meditada serie de prosas líricas, nuestra autora ha ido dando fe de su sensibilidad, valentía y constancia en la prensa granadina, en la cual se nos muestran sus inquietudes personales. Inquietudes que aparecen referidas a un doble plano: I) Las propiamente íntimas donde el lirismo se acendra poéticamente; y II) las aleccionadoramente ciudadanas donde la denuncia se expresa sin paliativos.
Las referencias al «jardín», en el aspecto cultural y literario, son tan diversas como abundantes valga el dato expreso al ámbito que aquí nos ocupa aportado por el erudito J. E. Cirlot 1 al señalarnos cómo el «jardín» visto desde la historia de la cultura «constituye un símbolo de la conciencia frente a la selva (inconsciente)? Es a la vez un atributo femenino en los emblemas de los siglos XVI y XVII». A continuación veremos cómo en M.ª Luz Escribano el tema del «jardín» es prioritario, enfrentado éste a la «selva» del cemento ciudadano. De ese contraste se deriva la confrontación entre la actitud meditativa de la «memoria íntima», referida al «jardín» personalmente interiorizado como «locus amoenus», frente a la «memoria cívica» en donde la denuncia se exterioriza hacia la protesta vehemente ante el «locus horribilis» de la devastación político ciudadana.
Nuestro recorrido se centrará en el primer ámbito siguiendo la progresión natural de las estaciones, en su correspondencia con el estado anímico de la autora; tal y como queda reflejado en las citas oportunas que a continuación aparecen. El segundo ámbito es atendido, a su vez, para subrayar el contraste con el primero, en concordancia con la intención de la autora; y finalmente, como ilustración particular del ámbito primero, nos detendremos particularmente en el texto titulado «JARDINES» en tanto que privilegiado espacio y reflejo de la «memoria íntima».

I. La «memoria íntima» va efectivamente unida al recuerdo vital desde la infancia a la edad presente; su recorrido irá pasando por hitos de júbilo, alegría, entusiasmo?, pero también de nostalgia, melancolía, tristeza?, según la noticia sentida y ofrecida al lector, que se siente partícipe activo de estas reflexiones meditativas. La primavera expresa la vida renovada en todos sus ámbitos, también en el «jardín», donde se armonizan los brotes nuevos de las plantas con el canto de los pájaros «nuestros amigos (subraya Mariluz Escribano) los pájaros son como incendios fugaces en las arboledas, trinos desaforados y contundentes, gritos en libertad bajo el silencio de las nubes». La cita pertenece al texto titulado «ALONDRA»; en donde se reaviva la llegada de la primavera, y con la alondra su proyección desde el pasado literario al vital presente y sus ausencias:

«¡Ay de la alondra! Malos tiempos se avecinan para la lírica, para los cantos abiertos de los pájaros en las amanecidas, para la elaboración poética de la música callada de las arboledas. ¿Será la alondra la que le cantaba al prisionero del romane anunciándole la llegada del albor?»

También la primavera, y en concreto en su mes de MAYO (título de otro de los artículos destacados) es conocida como la estación del amor. Aquí la referencia se instaura en la juventud descubridora de ese sentimiento, en donde lo desconocido de deseo se proyecta hacia afuera en el otro; no sin vacilaciones, tropiezos y dudas inconscientes. Es el tributo por el que los jóvenes derrochan el instinto de supervivencia hacia imprevisibles fines. El escenario natural participa de esos impulsos; así: «la esbeltez de los trinos a punto de granar, los campos florecidos que favorecen las tareas del amor, las noches de embriaguez dentro de un profundo y prologado olor a azahar. Y mayos eran las canciones de los muchachos a sus enamoradas, cuando música y palabra se aliaban para decir el amor». Tras este primer verano como expresa el significado léxico de primavera, pasamos a la siguiente estación anual.

El verano conlleva el peligro de descuidar el «jardín»; las esperadas vacaciones en la costa granadina, sin embargo, no excusan la atención necesaria del «locus amoenus»: el riego imprescindible para mantener viva la naturaleza amenazada por el siroco, el excesivo calor. No por ello:

«Las mañanas de junio, o las de julio, traen también en sus despertares tempranos, los recuerdos acerados que duermen en la memoria y que se reavivan por un olor que nos llega?, por el canto de un pájaro en la alta rama de un arce o el ladrido breve de un perro, que no duerme bajo la tenaz ausencia de la lluvia y la sequedad del aire» 2.

Pero la vitalidad vegetal necesita de algún modo superar estas inclemencias soporíferas, siempre que no se llegue a extremos irreversibles, tanto es así que ese recinto, cuidadosamente atendido, también en verano, nos destacará M.ª Luz Escribano, cómo «el jardín de mi casa está ordenado, el limonero se ocupa de las abejas y las mariposas, y el tilo deja flores por doquier. Mientras en la pizarra del cielo los vencejos trazan una caligrafía gótica e ilegible» 3.

Y tras el merecido descanso veraniego, se nos hace deseable la actividad del otoño. Es el instinto reencontrado con el trabajo habitual, que nos pide curiosidades nuevas o enriquecimientos desatendidos. Pero dejemos que la «memoria íntima» de nuestra escritora nos acerque su emocionado sentir en este período del año.

El otoño nos introduce 4 propiamente en el transcurso de otra trayectoria anual con inquietud renovadora y refrescante. Y así ya «guardadas las fiestas del alegre (verano) en el armario de la memoria, de la misma manera que guardamos los bañadores, los trajes ligeros y coloridos, y la nostalgia del tono de las horas amables compartidas con los amigos?» se hace imprescindible el regreso al «jardín» en donde se percibe:

«ese perfume dulce y atractivo de la yerbabuena o la yerbaluisa, el recio de los bojes, el desvaído de las rosas, el húmedo de los cipreses y el alegre y desenfadado de las hojas del limonero enhiesto ya y con la palidez amarilla de los limones lunares. (?) En nuestras mesas cantarán los amarillos dulces de los membrillos, el rosado tremor de los caquis y la casa entera se inundará de bandejas con los frutos de otoño: castañas, nueces, azofaifas, almendras, majoletas?» 5

Todo ello ambientado en «las ilusiones renovadas» porque, como ya subrayará la autora 6: «nosotros hemos llegado hasta el jardín con sangre encendida y nueva». Trayectoria unificadora que se profundiza y adensa en la estación siguiente.

El invierno. Es creencia fundada entre los granadinos que el mes más frío en nuestra ciudad y su entorno es febrero. Precisamente M.ª Luz Escribano encabeza una de sus prosas líricas con el título «Días de febrero» situándolos, sin embargo, (tal vez a causa del cambio/desastre climático reciente) en otra coordenada imprevista de insólito anuncio primaveral: «algún aleteo nuevo en el jardín, un fragor de alas, un canto alborotado, e inusual, fugacísimas sombras sobre el arce y las camelias, los bojes y la laminilla acerada de la fuente silenciosa y húmeda. Son los primeros pájaros, los madrugadores del frío, los que han presentido, en la fragilidad de sus cuerpos, la llamada del tiempo amable y templado, los adelantos de una inmigración inaplazable que llenará nuestros bosques y nuestros jardines con la fortaleza y la belleza músical de sus trinos, sus metálicos parloteos» 7.

Esa misma esperanza en puertas primaverales, se hace presente, en concordancia, con el ánimo aquietado:

«En febrero todo parece empezar a estar bien, todo en su sitio. Se ordena el jardín, apuntan los brotes nuevos, la camelia florece,? los rosales asoman sus hojas rojas, el tilo tardío parece conmoverse, la madreselva coge fuerza?.» 8

Se percibe una sensación impulsiva de dejar atrás la nieve 9 presente en el invierno granadino, nieve que no por apacible y generosa en dones: «año de nieves, año de bienes» afirma el adagio popular, bien que luce en Sierra Nevada, enmarcada entre el azul celeste y el verde de la Vega.
En efecto, volviendo al mismo artículo citado anteriormente, la sensación de aquiescencia prevalece en este mes invernal. «Todo parece estar bien y de acuerdo con los calendarios y los ciclos de la vida. Todo a la espera de nuestros amigos, los pájaros, esos que se han acostumbrado a nosotros, a la comodidad de las ramas de nuestros árboles, y que nos hablan desde los cielos de la primavera y el verano, con la amabilidad del huésped, del apátrida aposentado entre nosotros por un tiempo limitado tras un viaje de muchísimos kilómetros sobrevolando las arenas del desierto, los territorios del calor, las profundidades azules del mar?» 10.
El ciclo anual se cierra con anuncio de abrirse en la próxima primavera.

II. La «memoria cívica». Entre uno y otro ámbito se ha cumplido el recorrido memorial por el paisaje del recuerdo, y nosotros, lectores atentos y participes, hemos asistido en complicidad emocional al paso de las estaciones o a los atentados urbanísticos. Transcurso dibujado en diversidad de horizontes habitados de plantas y pájaros, de los que queda constancia enriquecedora a lo largo de estas prosas líricas. Hay textos dedicados, botánicamente en exclusiva, a las «Flores de abril», al «Limonero» o a «El Lilo»; como también, en el ámbito de los pájaros aparecen títulos como «Alondra», «Paloma Blanca, paloma negra» o «Gaviota». Nominaciones que nos remiten a un paisaje evocado en la memoria. Pero tampoco están ausentes las personas anónimas, desde un niño en un parque público, a la muchacha en su jardín secreto 11; hasta personajes ?unos vivos, otros ausentes- conocidos e identificados por sus nombres, haciéndolos partícipes de la memoria íntima de Mariluz Escribano.
No olvidemos, sin embargo, que el núcleo motivador del discurso vital se ha centrado en el «jardín»; no ya como metáfora de un estado emocional, sino más aún como símbolo y trasunto en sintonía de esa «visión del mundo». Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos como lo hizo precisar nuestro coterráneo albaicinero don Pedro Soto de Rojas.

III. El reflejo de la memoria. Según anunciábamos al inicio, y tras el recorrido anterior, es oportuno detenernos sosegadamente en el ámbito concreto del «jardín» evocado y descrito con detalle en la prosa lírica precisamente titulada «Jardines», que podemos entreverla, a su vez, en clave pictórica tras el pincel cromático de José Hernández Quero (pintor granadino muy admirado por María Luz Escribano y por quien esto escribe). Sin que tal artista plástico sea nombrado, su presencia y actitud de estilo quedan patentes en este texto; trasunto, sin duda, por parte de nuestra autora, de una afinidad lírica en la visión del «jardín», semejante a la del pintor citado. Más aún cuando en ese escenario habita una «muchacha [que] desaparece un instante y regresa con una cosecha de olor y color en el halda para los floreros»; personaje femenino muy habitual en cuadros del pintor y grabador granadino, presentado en actitud similar a la señalada, e incluso más precisamente, a modo de bodegón animado:

Luego, [la muchacha] en la penumbra inte¬rior de la casa, escogerá un florero para una sola rosa roja, un platito para las flo¬res del jazminero, un búcaro de barro para los laureles, un vaso para el aligustre, otro florero diminuto para las diminutas vio¬letas, un frutero de Manises para los limones, las ciruelas, las naranjas y los higos. La muchacha es frágil y pertenece al secreto usual de los jardines. Está prisionera de los profundos secretos que guardan los vergeles, esos panteones donde habita la vida vegetal de las enredaderas, allí don¬de se desliza la vida frutal y atávica: afue¬ra está el ruido y el invierno, las gentes ocupadas en la soledad de los despachos, la prisa de las calles, los gritos desasose¬gados de los teléfonos, las urgencias de la enfermedad y la muerte. Ella vive en la placidez de las estaciones de los calenda¬rios; vive los ciclos del tiempo meteoroló­gico y se sienta a llorar en las penumbras cuando llega el invierno y los días de herrumbre y cúmulos dejan un reguero de lluvia sobre los parterres y los cielos se cierran con nubes amenazadoras, vien¬tos que pueden destrozar la simetría del jardín, la cuidada armonía de los parte¬rres. Y espera, pacientemente, mientras borda en los interiores mantelerías de hilo blanco, la súbita llegada del sol en un día sorprendente de febrero, cuando ya la primavera aguarda detrás de la puerta, y los días son largos y prolongan su luz en el incendio de las tardes 12.
En el paisaje lírico pictórico están presentes los cuatro elementos naturales enriquecidos en una nítida y diversa gama según el ámbito propio. Así, el agua se remansa en «estanques» y «aljibes» o discurre por «acequias», «surtidores» o «fuentes»; el aire es surcado por «vencejos», «gorriones» o «mirlos»; la tierra, concretada en el jardín 13, sobreabunda en árboles y arbustos: «cipreses», «limoneros», «bojes», «aligustres»; o bien en plantas florales y ornamentales: «jazmines», «alteas», «madreselvas», «glicinias», «gencianas», «aspidistras», «peonías», «hortensias», «hierbaluisa»?; por su parte el fuego se hace presente en «la súbita llegada del sol en un día sorprendente de febrero, cuando ya la primavera aguarda detrás de la puerta y los días? prolongan su luz en el incendio de las tardes». Pero en este libro-paisaje del jardín no falta un elemento ancestral e indefinido por sugerente: el «secreto» citado hasta en cuatro ocasiones en esta prosa lírica, y que nos remite a su vez, a la memoria íntima. En efecto, el «secreto guardado? bajo las llaves de una férrea voluntad de silencio y recogimiento» pertenece a la muchacha; y a través de su evocada alusión, se nos presenta en primer plano la propia autora, ahora en un oculto carmen del Albaicín donde priva la intimidad del más bello secreto. En ese carmen (precisa M.ª Luz Escribano) «tengo yo una patria, un espacio para la conversación y el recuerdo, paréntesis de asombro y necesario silencio, la reflexión para la paciencia y la perfecta comprensión de aquello que decía Azorín, vivir es ver volver».
Sirvan estas palabras emocionadas como conclusión de nuestro recorrido por estas líricas prosas, dibujadas con el pincel de la memoria y silenciadas en la «soledad sonora» no ya de un Juan Ramón Jiménez, sino de su admirado precedente san Juan de la Cruz, que sin Granada y el jardín del Carmen de los Mártires ?lugar de su estancia humana y mística? no se nos hubiera legado lo más excelso de su poesía única y de su prosa esclarecedora del secreto creador.

Prólogo, José Ortega Torres
PRIMAVERA

Flores de abril
Pájaros van, pájaros vienen
La colleja
Primavera conmovida
Los mirlos mueren en primavera
Primavera de arena
Noticia urgente
Pan y quesillo
Limonero
Itinerario del ruiseñor
Mayo
Jardines
Almendros
Ventanas al jardín
Madrugada
El palacio
Alondra
El viaje


VERANO

Alerta primera
Dias de papel
Emilio en el patio de Venus
El secreto
El lilo
La plaza
El silencio del agua
La ciudad de los árboles muertos
El buen olor, la buena compañía
A las puertas de agosto
Estío
Se canta lo que se pierde
Pájaros
El muchacho de los pájaros
Umbral de septiembre
Gaviotas
Golondrinas
Cuando acaba el verano
Noticias


OTOÑO

El otoño a la escuela
Una ciudad bajo el paraguas
Cuando la ciudad duerme
Elena
Octubre, octubre
Luz de membrillo
Jardines
Habitaciones de noviembre
Abandonos de otoño
La luz quieta de noviembre


INVIERNO

Paloma blanca, paloma negra
Elogio del silencio
Carta a Elena Martín Vivaldi
Paseos por el frío
Flores de vidrio, flores de plástico
Pampanitos verdes
Días en Granada
Días de febrero
Hace veinticinco años
Amarillos en marzo
Niños

Colección
Obras Generales
Materia
Narrativa
Idioma
  • Castellano
EAN
9788498362787
ISBN
978-84-9836-278-7
Depósito legal
GR. 2113/2007
Páginas
208
Ancho
14,5 cm
Alto
21,7 cm
Edición
1
Fecha publicación
27-09-2007
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