EL FUTURO DE EUROPA. LUCES Y SOMBRAS DEL TRATADO DE LISBOA

Lo primero que hay que decir de este libro que el lector tiene en sus manos, es que resulta enormemente clarificador sobre el complejísimo tema que es el Tratado de Lisboa y el marco jurídico-político de la UE, nacido a partir de su definitiva entrada en vigor el pasado uno de diciembre de 2009. Porque, digámoslo sinceramente, el grado de desconocimiento del entramado institucional europeo y del funcionamiento de nuestras instituciones comunitarias, es tan enorme que un repaso de estudio y análisis como el que nos ofrece Javier Tajadura en este libro, debería ser un ejercicio obligado para toda nuestra clase política y mediática y, me atrevería a decir que también, para todos nuestros estudiantes universitarios.
Con Europa sucede algo parecido a lo que ocurre con otros grandes temas en esta sociedad de la información en la que nos encontramos. Sabemos lo principal y creemos saberlo todo, aunque en realidad no sepamos casi nada. Recibimos miles de pulsiones informativas cada día que nos hacen poco a poco inmunes a la información y, sobre todo, incapaces de ordenarlas y analizarlas. De un mismo tema, pongamos que de Europa, o del Cambio climático, o de la pobreza en el mundo, recibimos miles de noticias a lo largo de nuestra vida y como creemos saber lo principal, dejamos que esas informaciones resbalen por la corteza de nuestra superficie cerebral, sin construir con ellas un espacio informativo debidamente amueblado y ordenado. Mi experiencia personal ha sido, en parte, golpeada por esa sensación. Toda una vida dedicada a la política en el País Vasco y en España y por tanto una profesión directamente vinculada al medio, no me habían permitido una conexión directa y profunda con el tema europeo. Cuando llegué al Parlamento Europeo, lo primero que descubrí es que en sesenta años de historia de este ambicioso e histórico proyecto, había encerrada mucha ciencia jurídica y mucha historia política que desconocía. Pronto comprendí que había muchas personalidades de las que sólo sabía su nombre, muchas leyes de las que apenas recordaba su enunciado. Europa está hecha de éxitos y fracasos, de sueños y ambiciones de muchos, trayectorias y actitudes de países y dirigentes que marcaron épocas y acontecimientos concretos, de líderes políticos y políticos sin liderazgo, de países a favor o en contra y países de la nada. Hay mucha Europa detrás de este bello sueño surgido de aquellos rescoldos del horror de la Segunda Guerra Mundial. Y desgraciadamente, la clase política europea sabe muy poco de su densidad jurídica, política e histórica. Si a eso añadimos que la ciudadanía se aleja peligrosamente de ese ideal, hay motivos más que suficientes para preocuparse.
Pero volvamos al principio. «El futuro de Europa: Luces y Sombras del Tratado de Lisboa», es una magnífica oportunidad de actualizar y ordenar conocimientos sobre lo último y más importante de lo sucedido en el proyecto europeo a finales del pasado año. Efectivamente, la entrada en vigor del Tratado de Lisboa nos abre un debate sobre las virtudes y potencialidades del nuevo marco jurídico y político de la Unión europea, pero también sobre sus lagunas y debilidades, sobre todo desde su inevitable comparación con la Constitución Europea de la que trae causa. La mirada de Tajadura es profundamente crítica y exigente. Sus comentarios y análisis muestran la decepción de quien demanda a Europa un avance decidido y claro en términos de integración federalista y exige para ello un proceso democrático cuasi constituyente. Es una visión muy extendida en la doctrina jurídica europea, como muy bien acredita el autor, corroborando sus análisis con citas reiteradas de muchos autores en el mismo o mayor espíritu crítico con el Tratado.
Es bueno conocer esta crítica para explorar el camino por el que debe circular el proyecto europeo. Otra cosa es comprender que no podamos recorrerlo tan rápidamente como desearíamos los europeístas convencidos. La política europea transcurre por una orografía mucho más compleja y está obligada a pragmatismos mucho más limitativos. La pugna entre la Europa concebida como un gran mercado económico interior, o como una fuerte unión política tendente a una especie de Estado Federal o Federación de Estados, es una dinámica tan vieja como inevitable. Pero es ese pragmatismo que nos impone la realidad, el que imprime un carácter gradual a la construcción europea. Europa no puede hacerse de golpe, porque no se pueden producir las decisiones de cambio/ruptura con el grado de consenso/unanimidad que requieren y porque no se pueden imponer. Europa se hace paso a paso, reforma a reforma, pero, eso sí, siempre avanzando.
¿Es un avance el Tratado de Lisboa? Depende con qué se le compare. El análisis comparativo con la Constitución Europea no es positivo y ese análisis, minucioso y documentado está presente en esta obra de manera sistemática respecto a todas las grandes novedades jurídicas del Tratado. Pero no podemos olvidar que la Constitución encalló. Otra cosa sería analizar si la reconducción de la Constitución rechazada en Francia y Países Bajos se hizo en la línea correcta con el sentido del No francés y holandés. A esto me referiré más adelante para censurar el sentido político de la reforma. Pero siempre recordando que, una vez rechazada la Constitución, era obligado que el nuevo texto presentado a ratificación nacional, tenía que tener otra forma jurídica a riesgo de ofender la voluntad democrática de rechazo expresada en los referéndums citados.
Es así que el Tratado de Lisboa constituye un texto híbrido con dos almas: una constitucional y otra supranacional. Por un lado, recupera muchos de los avances que la Constitución Europea intentó hacer realidad, tanto desde el punto de vista de la eficacia de las instituciones, como de la democracia, los derechos de los ciudadanos y la transparencia. Asimismo, convierte a la Unión en una organización mucho más coherente y bien estructurada, restándole el aspecto parcheado, fruto de años de evolución, que dificultaba que cualquier ciudadano comprendiera con sencillez los engranajes del proyecto. El Tratado de Lisboa, es verdad también, consolida cincuenta años de experiencia y conocimiento, consagrando el espíritu supranacional que se percibía tímidamente en los Tratados originarios. Rasgos como la toma de decisiones por mayoría cualificada, la primacía y el efecto directo del derecho comunitario, los derechos fundamentales y muchos otros rasgos genéticos de este supra nacionalismo original y eficaz que sólo la Unión Europea ha hecho realidad, han sido codificados en el Tratado de Lisboa, dándoles visibilidad y también accesibilidad para el ciudadano. (Daniel Sarmiento: «El Tratado de Lisboa». D.T. 3/2009 Fundación Ideas).
Sin embargo, no podemos ocultar que, más allá de estos debates para expertos, la ciudadanía mantiene un preocupante distanciamiento sobre la evolución europea y un cierto pesimismo sobre la integración. Para muestra podemos examinar la reacción social y política a los últimos acontecimientos europeos de finales de 2009. Efectivamente, en poco más de mes y medio, la UE ha recibido cuatro poderosos impulsos. El dos de octubre los irlandeses votaron, ¡por fin!, afirmativamente, al Tratado y resolvieron un problema que llevaba un año amenazando con bloquear el proceso. Las angustias sin embargo, no terminaron. El Presidente de la República Checa anunció entonces que no firmaría el Tratado, lo que volvió a sumir a toda la Unión en la incertidumbre de la parálisis. Una más que discutible y en parte vergonzosa exclusión de la República Checa ?junto al Reino Unido y Polonia? de la aplicación de la Carta de Derechos Fundamentales, resolvió el contencioso y la firma del Presidente checo culminó la ratificación del Tratado y permitió su entrada en vigor el primer día del siguiente mes, es decir, el 1.º de diciembre de 2009. Previamente, el Consejo Europeo designó a Barroso, Presidente de la Comisión y éste fue ratificado por el Parlamento Europeo por mayoría absoluta. Unas semanas más tarde, el Consejo Europeo designó, también por unanimidad, al nuevo y primer presidente de la Unión, el belga Van Rompuy y a la primera Alta Representante para la política exterior, en la persona de la británica Catherine Ashton. A su vez, el Presidente de la Comisión, después de múltiples negociaciones con los veintisiete Estados miembros, dio a conocer los nombres de su Colegio de Comisarios (veintisiete, según el Tratado de Niza) y su ratificación será votada el mes de enero de 2010 en el Parlamento Europeo.
Sin embargo tal acumulación de decisiones, tan inequívocamente pro-europeas no han sido percibidas en el ánimo ciudadano ni en las élites políticas y mediáticas del mundo como un signo de recuperación del protagonismo mundial de Europa, ni como un gran paso en el proceso de Integración europeo. ¿Por qué? Hace bastantes años que Europa arrastra un peligroso estancamiento en las fuerzas que impulsan su ambicioso proyecto de integración. El rechazo de franceses y holandeses a la Constitución Europea (2005), fue probablemente el punto álgido de ese declive, porque se trataba del No ciudadano (expresamente convocados para este único asunto), de dos de los países fundadores y motores del europeísmo desde hace cincuenta años. El fracaso de la Constitución coincidió con la incorporación a Europa de los países del Este, más Malta y Chipre y la ampliación prevista de Rumanía y Bulgaria, que hacían posible la Europa a 27 de hoy. Lo cierto es que la ampliación tampoco fue vivida como otro de los grandes avances del proyecto europeo y, a decir verdad, en la realidad la gestión de una ampliación tan contradictoria como inevitable, ha acabado produciendo más euroescepticismo que entusiasmo. A todo ello se añadía un distanciamiento ciudadano de las instituciones y del día a día europeo, que venía creciendo paulatinamente, por un conjunto de razones de las que todos somos un poco culpables. La complejidad del proceso decisorio, la confusión competencial, la poca y a veces inaprensible información sobre Europa de los medios nacionales, la fácil y populista culpabilización a Europa de todos los males a la que recurrían ?y recurren? muchos agentes políticos nacionales, la ausencia de un debate auténticamente europeo en las elecciones al Parlamento Europeo, etcétera. Por unas y otras causas, la distancia entre ciudadanos y proyecto europeo se ha hecho peligrosamente grande y los resultados del pasado siete de junio (2009), acreditan que más de la mitad de los llamados al voto, nos han dado la espalda.
Esta «malaise Européen», como la llamaba recientemente Jean Daniel en Nouvelle Observateur, estaba ?y está presente? en el momento del desbloqueo del Tratado de Lisboa en noviembre de 2009, una vez superada la última angustia del interminable proceso de ratificación: la que nos produjo Václav Klaus de la República checa negándose a firmar el Tratado a pesar de que el Parlamento y el Tribunal Constitucional de su país habían aprobado dicha ratificación. Pero la angustia había tenido acongojada a la Unión muchos meses. Por citar sólo algunas de las incertidumbres vividas, recordemos la que se produjo con la Sentencia del Tribunal constitucional de la República Federal de Alemania el 30 de junio de 2009, y las que se vivieron las semanas previas al decisivo referéndum irlandés del dos de octubre de este mismo año. ¿Alguien se pregunta hoy cómo y dónde estaríamos si los irlandeses hubieran rechazado el Tratado, por segunda vez, ese día? ¿Puede alguien sorprenderse de que, en este contexto, los últimos acuerdos de impulso a Europa hayan sido recibidos con preocupante escepticismo?
Sin embargo, Europa es más necesaria que nunca. Hay, en el final de este libro, unas reflexiones sobre el futuro de Europa que comparto plenamente. Tajadura se plantea si no ha llegado el momento de suscitar el debate europeo en otros términos, ante la aparición ?afortunada, añado? de nuevas mesas de gobernanza mundial en las que Europa se juega su papel internacional en función de su presencia, con la fuerza de su unidad y de su peso económico. A lo largo de una reunión celebrada en Madrid a primeros de diciembre del año pasado, entre la Comisión Constitucional del Parlamento Europeo y varias asociaciones cívicas del movimiento europeo, recuerdo haber coincidido con esa reflexión planteando la necesidad de renovar las bases filosóficas sobre las que se articula el discurso europeísta. Si durante casi cincuenta años el móvil del pacto europeo por Europa fue la necesidad de construir un espacio de paz y de progreso sobre la memoria histórica de las guerras sucesivas entre sus pueblos, hoy, el eje discursivo de la necesidad europea es el debate hamletiano del ser o no ser en la Globalización económica y en la mundialización política. Si durante siglos el proyecto europeo se persiguió por la guerra y la imposición de unos sobre otros, hoy, como gusta decir al insigne europeísta Samin Nair, la integración europea es el logro del diálogo y el pacto, de la libertad y el progreso.
La urgencia de hacer fuerte a Europa y de hacerla influyente en la nueva escena geoestratégica es mayor si contemplamos la ventana de oportunidad que se ha creado a lo largo de 2009 con la crisis económica y financiera y con la aparición de Obama al frente de los EEUU. Efectivamente, la naturaleza sistémica de la crisis financiera que hemos sufrido y sus gravísimas repercusiones en el empleo y en las economías públicas de todo el mundo, generarán cambios impensables hace sólo unos meses. En el campo estrictamente técnico, una ola regulatoria cambiará el marco legal nacional e internacional de la actividad financiera: Más supervisión nacional de las entidades financieras, nueva y mejor coordinación internacional de la supervisión, límites a los bonos cono mayores gravámenes fiscales, combate a los paraísos fiscales, mayor transparencia internacional y probable fiscalidad transnacional de los movimientos financieros, son algunas de las medidas que vienen. En el campo más político-ideológico, la crisis de 2008 podrá compararse en su dimensión a la caída del muro en 19890. Si la implosión del comunismo debilitó a la izquierda ?que arrastraba ya entonces una enorme incapacidad para adaptarse a la globalización económica?, la crisis financiera de estos años, fruto de una descomunal irresponsabilidad del corazón del capitalismo, reformulará las relaciones entre empresa y política y alumbrará una nueva ecuación entre Mercado y Estado, quizás bajo un nuevo equilibro de Más Estado y Mejor Mercado. La necesidad de que Europa sea agente principal en el G-20 y de que aporte sus experiencias y sus soluciones al nuevo consenso económico-financiero que alumbrará el Siglo XXI, es evidente y apremiante. Lo mismo puede decirse de la defensa que debemos hacer de nuestro modelo de Economía social de Mercado. Es Europa quien ha construido el modelo más justo de intercambios de riqueza y de distribución económica. Es Europa quien descubrió y perfeccionó la seguridad social y el modelo de protección y de cohesión social más desarrollado de la historia de la humanidad. Es Europa quien ha encontrado una razonable dignidad en la relación laboral entre trabajo y capital desarrollando el Derecho del Trabajo, las instituciones laborales, los sindicatos y la idea de la negociación colectiva y de pacto como motor de avance social en ese delicado y subordinado mundo de relaciones entre trabajadores y empresarios. ¿Dónde puede defender Europa esas conquistas históricas? ¿Cómo podemos extenderlas a los países económicamente emergentes? ¿Es que debemos renunciar a todo eso y aceptar la salvaje regla de la competencia globalizada en un mercado ciego e insensible a las aspiraciones humanas de dignidad y justicia social?
Parecidas reflexiones podríamos hacernos respecto a la construcción de la política internacional en un mundo crecientemente multipolar y afortunadamente cada vez más cooperativo. Es ésta la enorme aportación que ha hecho Obama a la geoestrategia mundial. Por primera vez y significativamente después de Bush, los EEUU ofrecen al mundo la oportunidad de compartir soluciones y de asumir mutuas obligaciones desde una cultura más respetuosa, más pacifista, más conciliadora, más constructiva. En Oriente Medio y en Cuba, en Irán y en Corea, en Rusia y en Asia. Obama ofrece a Europa su mano tendida y el riesgo es que Europa, una vez más, responda con división e intereses nacionales contradictorios. Que el Reino Unido pretenda monopolizar el abrazo atlántico, que Alemania se autoproclame protagonista único de las relaciones con el Este y Francia haga lo propio en el Mediterráneo y todos, a la postre, renunciemos a ser lo único que podemos ser, ese Agente internacional imprescindible por su peso político, económico y militar, sin el que nada sea posible. Ese destino para Europa no tiene pretensiones hegemonistas, sino de supervivencia, porque si no ejercemos esa influencia, el reverso de la moneda es la marginalidad, la irrelevancia. Por eso se trata de un debate hamletiano del ser o no ser.
Les decía esto a los movimientos europeístas en el encuentro de diciembre de 2009 en Madrid y les hablaba de dramatizar el discurso sobre Europa, a las nuevas generaciones. A la gente joven de España que ya no se sensibiliza con el discurso de la paz europea, ni con los razonamientos antiguos de los grandes fundadores, que hicieron nacer a Europa el Siglo pasado. Porque no es posible avanzar en la integración europea si los gobiernos nacionales y, sobre todo, si los pueblos europeos no llegan a la conciencia de esta necesidad imperiosa de ser algo más que el 5% de la población del mundo que representa Europa. Ese nuevo pacto constituyente que propugna Tajadura al final de esta obra, no será posible si no hay una clara y yo diría que angustiosa, necesidad de hacer una Europa unida en el concierto económico y político mundial que se está configurando en la gobernanza del mundo. Si por el contrario, los intereses nacionales de los gobiernos europeos prevalecen y la insensibilidad social europea permanece, Europa, ese continente envejecido y dividido está definitivamente condenado a la marginalidad ante la fuerza emergente de los nuevos actores económicos, políticos y demográficos: China, India, Brasil, etc., porque ellos sí son potencias unívocas y jugarán y decidirán muchas veces en nuestra contra y en perjuicio de nuestros valores y aspiraciones.
Soy consciente de la naturaleza y de las formas provocadoras de mis argumentos, pero también creo firmemente que las grandes masas de la ciudadanía no se mueven si no es por provocadoras y, a veces, dramáticas reflexiones. Por otra parte, no me parece que puedan calificarse de otra manera las consecuencias que podrían derivarse ?y se derivan? de decisiones que se están tomando casi diariamente en el área económica, a nuestras espaldas, especialmente en asuntos monetarios. China y EEUU pueden muy bien ponerse de acuerdo en la valoración de sus respectivas monedas en función de la cantidad de intereses cruzados que les vinculan y de paso, producir una muy inconveniente revaluación del Euro que perjudicaría gravemente nuestra competitividad internacional ¿Es esto dramático? ¡Por supuesto que lo es para las empresas, la economía pública y el empleo de un buen número de países europeos! Si fuéramos un poco más lejos, bien lógico debiera ser que la U.E. defendiera una moneda común para el mundo y evitar así las enormes ventajas que EEUU lleva décadas ejerciendo con un dólar que atrae el ahorro del mundo y financia el poderío militar norteamericano en un círculo que se retroalimenta en perjuicio de todos los demás.
Esta es la paradoja del proceso de integración europeo en los comienzos del Siglo XXI. Cuando más necesaria parece la integración, cuando mayores son las urgencias de unificar y fortalecer la voz europea, llevamos casi diez años de reformas institucionales fracasadas, de incertidumbres internas surgidas de la ampliación y de una peligrosa reaparición de los nacionalismos en los Estados miembros que frenan, de hecho, los necesarios pasos de integración y de superación de los más negativos rasgos de la coordinación intergubernamental.
Hay dos señales alarmantes de este neonacionalismo en el panorama europeo actual. De una parte está el contenido de la sentencia del Tribunal Constitucional Alemán (BundesVerfassungsGericht), de 30 de junio de 2009 sobre el Tratado de Lisboa y su aplicación en Alemania. Las cancillerías europeas no han dicho una palabra sobre los contenidos de esta sentencia y quiero pensar que pretenden extender un discreto velo de discrepancia y desprecio. Tampoco la doctrina ha extendido sus juicios críticos a los fundamentos jurídicos profundamente antieuropeos de sus 421 parágrafos desarrollados en 80 páginas de texto, salvo algunas excepciones destacables. Sin embargo, no se trata de una sentencia cualquiera, sino de una profunda exposición jurisprudencial del más alto tribunal de un país tan importante como lo es Alemania.
Todos los análisis coinciden al señalar que la sentencia ha salvado el Tratado de Lisboa, (por cierto, devaluándolo en su significancia a lo largo de sus fundamentos), pero, al mismo tiempo, ha inferido un durísimo golpe a la Unión europea misma, con efectos que, probablemente, vayan más allá del sistema alemán. En efecto, el Tribunal Constitucional Alemán ha aprovechado el recurso planteado al Tratado de Lisboa para reconsiderar el marco entero de las relaciones jurídicas entre el ordenamiento alemán y el ordenamiento europeo. No se limita a tratar las cuestiones jurídicas de la participación de la República Federal en la integración europea, sino que entra en la concepción misma de la Unión Europea, como consecuencia de la asunción de la idea de que los Estados miembros siguen siendo hasta el momento y a todos los efectos, los «Señores de los Tratados», y por consiguiente, pueden limitar y condicionar el sistema que han querido soberanamente instituir. La posición del BVG es que el criterio de los poderes de atribución conferidos por los Estados miembros, y la obligación de respetar la identidad constitucional nacional, demuestran que la UE está fundada en las Constituciones de los Estados miembros (parágrafo 234).
Esta sentencia está dictada directamente contra el Tribunal de Justicia Europeo, al que por cierto cita una sola vez a lo largo de sus más de cuatrocientos parágrafos (en el 398) y lo hace colateralmente para afirmar la dimensión social del Mercado. En su esencia, la sentencia se atribuye la facultad exclusiva de declarar la inaplicación ?en su caso? del Derecho Comunitario en Alemania (p. 340). No son menores en su gravedad las acusaciones de déficit democrático que establece la sentencia respecto a las instituciones europeas, incluido el Parlamento Europeo, para con los ciudadanos alemanes, afirmando que, para ellos, estas instituciones no garantizan plenamente el principio democrático. En otros muchos parágrafos se dedican a cuestionar las competencias europeas en el campo del Derecho penal, de la defensa y del uso de la fuerza, de la fiscalidad, del Derecho de familia, de los sistemas educativos, etcétera. También a delimitar la ciudadanía europea respecto de la ciudadanía de los Estados y en particular del «German State People» (parágrafo 350), negando todo paralelismo histórico con la experiencia de la Confederación alemana del Norte de 1867 y concluye con una afirmación tan rotunda como grave: «El proceso de integración europea no es irreversible. La participación de la República Federal Alemana en la Unión europea depende de que perdure su voluntad de permanecer como miembro. Los confines jurídicos de esta voluntad dependen de la Constitución alemana».
Mario P. Chitti, Profesor ordinario de la Universidad de Florencia, de quien he tomado algunas de estas consideraciones, se pregunta al final de su Nota sobre la Sentencia (El Cronista del Estado social y Democrático de Derecho, n.º 7), : «¿Si el Tribunal de Justicia se está poniendo ?bajo el trono?, es posible que los destinos de un continente se dejen a las decisiones de un Tribunal constitucional nacional? Los jueces alemanes han considerado que el actual sistema europeo carece de legitimación democrática pero, a su vez, la construcción (rectius, la destrucción) europea ¿puede depender de una elaboración de «sabios» de un solo país?»
Pues bien, hagamos ahora un ejercicio de hipótesis prospectiva y apliquemos esta directiva a las crecientes materias de legislación ordinaria en la que entrará el Parlamento Europeo dentro del espacio de libertad, seguridad y justicia que, de acuerdo con el Programa de Estocolmo, intentará desarrollar este importantísimo plano de la integración europea de los próximos años. Apliquemos también el principio de subsidiariedad que establece la participación de los parlamentos nacionales (y autonómicos ?regionales en su caso?), para objetar y vetar en su caso, las iniciativas legislativas europeas que en su opinión vulneren ese principio. La doctrina renacionalizadora del Tribunal Constitucional Alemán y el instrumento de participación de los parlamentos nacionales pueden dar un resultado retardatario y antieuropeo si algunos o muchos de los Estados miembros se aferran a una rígida y fundamentalista interpretación de las normas unificadoras europeas. En concreto, esas actitudes se vienen observando desde hace años tanto en el Consejo como en las reuniones de la comisión LIBE del Parlamento Europeo ampliadas a la presencia de los parlamentos nacionales. Hay una resistencia objetiva a unificar las normas que regulan el procedimiento penal, el establecimiento de un marco común de garantías procesales y no digamos a la aproximación de los tipos delictivos en el Derecho Penal sustantivo. Una cierta renuncia de soberanía es imprescindible en la construcción de la integración europea. Este neonacionalismo soberanista que se observa puede ser fatal en el avance de la integración.
El otro factor del neonacionalismo en Europa lo simbolizan los euro escépticos y los eurófobos. Casi cien de los 736 diputados del Europarlamento responden a esas categorías. Colocan sus banderas nacionales en las ventanas de sus despachos y en sus escaños, rechazan las políticas favorables a la integración, y, en ocasiones, cuestionan incluso las propias instituciones europeas defendiendo abiertamente su desaparición. La crudeza de esta tensión nacionalista ejerce una perversa influencia sobre todos nosotros, que nos vemos obligados a defender «la razón europea» desde sus más elementales principios y nos coloca un poco a la defensiva en el debate europeísta en general. Casi podríamos decir que nos retrotraen a los tiempos de Schumann, en los que se crearon los primeros fundamentos de la Unión.
No podemos olvidar, por otra parte, que esta tentación introspectiva hacia nuestros espacios nacionales más próximos, es consecuencia de otros muchos factores que están produciéndose acumulativamente, generando un neonacionalismo en casi todo el mundo, absolutamente paradójico por otra parte, con las crecientes necesidades de la política supranacional en estos tiempos de globalización acelerada, integral e irreversible. Se trata, a veces, de una reacción contra las incertidumbres de lo desconocido, o de un rechazo a la uniformización cultural que impone la globalización, o quizás, de una reivindicación de la identidad propia frente a los riesgos y los conflictos de la multietnicidad. Pero otras, es simplemente el apego a los confines de una Nación sólidamente construida en términos históricos, lingüísticos, culturales, sociológicos y políticos en los que transcurre la realidad vital de nuestros conciudadanos. Esa realidad supranacional ?Europa en nuestro caso? que les proponemos, les resulta difusa, compleja, contradictoria, abstracta y, aunque perciban la racionalidad del argumento integrador de las naciones en estructuras políticas capaces de hacer frente a los nuevos retos globalizadores, se aferran al mismo tiempo a sus territorios, a sus leyes, a su identidad en suma, de las que no quieren desprenderse todavía por distintas razones.
El conocimiento de estas evidencias debe ilustrar nuestra acción europeísta. El autor de este libro propugna abierta y directamente al final del mismo, la apertura de un proceso constituyente europeo que transforme el carácter definitivo del Tratado de Lisboa en un punto de salida para, a través de una convocatoria del Parlamento Europeo, iniciar un complejo proceso de consultas «al pueblo europeo», al que se consideraría único titular del poder constituyente y que acabaría reformulando el marco constitucional europeo en un modelo de Estado Federal Europeo. Es probable que ese sea el desenlace último del proceso de integración que Europa lleva construyendo desde hace sesenta años. Es más, es deseable que así sea, pero me temo que no lo será a corto plazo y estoy seguro que no se producirá de forma tan contundente sino más bien, avanzando a pequeños pasos y superando infinitas dificultades en el camino. Lo cual no quita para que en el terreno teórico y propositivo, la doctrina ?y autores tan significativos y notables como los que Tajadura trae a colación? elaboren horizontes y propuestas tan racionalmente europeístas.
Este es el espíritu del libro que les presento. El de un europeísmo convencido radicalmente disconforme con el Tratado de Lisboa, crítico con sus lagunas y renuncias, minucioso y riguroso en el examen de su contenido, comparativamente analizado con la Constitución Europea fracasada en 2005 y exigente y propositivo respecto al futuro federal de Europa. Tajadura hace además, como les decía al principio, una sistemática explicación del Tratado partiendo de los orígenes del mismo (De Maastricht a Lisboa 1992 a 2007), analizando después los aspectos jurídico-formales y de contenido del Tratado, para detenerse en la parte central de la obra en cuatro grandes apartados: Los Derechos fundamentales, el reparto de competencias, la reforma del sistema institucional y los procedimientos de Reforma de los Tratados.
Se ha dicho, con razón, que el Tratado de Lisboa, al ser un texto de reforma y ordenación de otros tratados, es un texto ilegible para profanos y difícil para juristas y expertos. Lean este libro de Javier Tajadura y lo entenderán todo. Esta es para mi la parte más meritoria de este trabajo. La otra, el compromiso del autor, la visión personal de la crítica al Tratado y más en particular, la prospectiva sobre el futuro de Europa y la propuesta de proceso constituyente que nos detalla, son aspectos más opinables, pero son valientes y comprometidos, fieles al espíritu crítico y europeísta que impregna toda la obra. La esencia de esa crítica es evidente. Cuando los países de la Unión se sintieron golpeados por el rechazo francés y holandés a la Constitución Europea, estuvieron casi dos años perplejos e indecisos. Pasado un tiempo prudencial, Alemania lideró la recomposición del problema y acordó con todos los Estados miembros su reforma y su conversión al Tratado de Lisboa, difuminando algunos aspectos sustanciales de la constitución rechazada. Es decir, los Estados Miembros interpretaron que el rechazo de Francia y Holanda era al proyecto europeísta contenido en la constitución y decidieron disolver los aspectos más integradores y constitucionales y construir un modelo más intergubernamental, más respetuoso con «las voluntades nacionales». Pero me pregunto ¿Era exactamente eso lo que expresaron con su «No», franceses y holandeses? Es una pregunta que no tiene una única respuesta, lo sé. En millones de votos hay siempre millones de motivaciones, pero con la misma lógica cabe decir que la interpretación que hicieron los Estados de «menos Europa y menos Constitución», fue unilateral y sesgada. En el referéndum holandés pesó el No francés, desde luego, y los problemas ligados a la inmigración, que, en mi opinión, no exigen menos Europa sino más política común frente a la inmigración ilegal y mejor política europea para la integración de los inmigrantes. En el referéndum francés, el debate fue profundamente ideológico. Una gran parte de la izquierda francesa votó No porque reclamaban una Europa más social, más protegida frente al mercado globalizado, mayor cohesión social y mejores políticas económicas de la Unión. En definitiva, después de una campaña en la que se vendieron casi un millón de libros sobre la Constitución Europea, votaron «No» exigiendo más Europa y más política. Sin embargo, el resultado de la rectificación a la Constitución fue menos Europa y más nacionalismo.
Con todo, el mundo es de los que avanzan. Europa avanza. La constatación de las dificultades

Colección
Derecho Constitucional
Materia
Constitucional
Idioma
  • Castellano
EAN
9788498366778
ISBN
978-84-9836-677-8
Depósito legal
GR. 1881/2010
Páginas
176
Ancho
17 cm
Alto
24 cm
Edición
1
Fecha publicación
05-05-2010
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